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Los títulos no se compran con publicidad – Por Diego Tabares

El fútbol hace rato dejó de ser un deporte para transformarse en un negocio de unos pocos. Hoy la mecánica del dinero lo define todo. El “fútbol espectáculo” le dio paso a las inversiones desorbitantes, de quienes se toman atribuciones de decidir ignorando la historia. Sólo ven lo que es redituable a sus bolsillos y no respetan la grandeza de los campeones. La Copa América Centenario, que se jugará en junio, no escapa a esta realidad.

Este torneo, que llega a su centenar de historia, comenzó en 1916 con un modesto campeonato de cuatro selecciones (Argentina, Brasil, Chile y Uruguay) en Buenos Aires y ganado por Uruguay. Luego fue alternando sus formas de disputa hasta lo que hoy conocemos como Copa América, 12 equipos que cada cuatro años buscan ser el mejor. Pero se fue convirtiendo en un campeonato modificado por intereses monetarios que han incluido incluso a Japón en la edición de 1999, ¿hay algo más alejado de América?

IMAGEN_230x175Esto obedece a necesidades de nuevos mercados financieros. En su momento fueron México y Estados Unidos los que llegaron a Sudamérica para inyectar dinero fresco, en 1993. Y ese tal vez haya sido el primer paso para comenzar a olvidar la gloria del campeón.

En esta edición centenaria, el torneo ha confirmado sus verdaderos intereses al elegir los cabezas de serie. Apostaron a los mercados de consumo más pudientes, premiándolos con destaque en las marquesinas. La Conmebol y la Concacaf eligieron a Estados Unidos, Argentina, México y Brasil para ser cabezas de serie. Algunos más razonables que otros, pero todos de los mercados más seductores de ambos continentes. Lo justo hubiese sido que Chile fuera uno de ellos por ser el último campeón, o tal vez Uruguay por haber sido el primer ganador y el que más títulos obtuvo (15). Si preferían optar por el sistema del ranking FIFA, en diciembre, cuando se definieron, Chile estaba por encima de Brasil, mientras que México tenía unas cuantas selecciones participantes mejor ubicadas que ellos (Colombia, Uruguay y Ecuador) pero el dinero gobierna y toma la decisión.

Estados Unidos y Argentina tienen argumentos más sólidos para ser líderes de grupo. Los gringos son los anfitriones y es una razón fuerte, pero también es el país que domina la economía mundial con su moneda y que tiene más de 300 millones de potenciales consumidores. Por su lado, Argentina mueve el mercado como pocos por su cultura futbolera, tienen a Messi (con todo lo que genera) y son los mejores ubicados en el ranking FIFA. El debate surge con los otros dos cabeza de grupo, México y Brasil. Ambos dicen ser los más ganadores de su continente pero la decisión está estrictamente definida por el mercado. Los aztecas son la otra potencia rentable de América del Norte en fútbol e inversiones, con más de 128 millones de posibles consumidores, que aseguran niveles de audiencia altos y patrocinadores muy fuertes. La última Copa América fue vista por más de 600 millones de personas en todas las Américas.

Por otra parte, Brasil es un continente dentro de otro, de eso no hay discusión, pero el argumento de que es el más ganador de Sudamérica es incorrecto. Brasil tiene 19 títulos de los fuertes: 5 Mundiales, 8 Copas Américas, 4 Copas de las Confederaciones y 2 torneos Panamericanos. En esa escala Uruguay tiene méritos suficientes para emparejarlo. Ganó 15 Copas Américas, 4 Mundiales (dos fueron Juegos Olímpicos posteriormente reconocidos por la FIFA como copas del mundo), sin contar el Mundialito o Copa de Oro de 1980. Claro está, los más de 200 millones de habitantes de diferencia entre Uruguay y Brasil, sumado a las poderosas empresas brasileñas, terminaron por inclinar la balanza a favor del dinero.

El que tiene la plata es el que regula cómo hacer las cosas. Es que muchos pretenden que la gloria sea una consecuencia de la inversión pero los títulos no se compran en la farmacia o en el almacén del barrio. De todas formas este fútbol moderno va en camino a eso. Uruguay intentará otra vez ser ese niño malo y pobre que les robe la porción de la torta a los que tienen una chequera grande que los respalda.