En inglés se dice cute, en japonés Kawaii, y en ambos casos la palabra designa específicamente aquellas cosas adorables, con aire infantil y tierno. Pero en los últimos años surgió la contracara de esta corriente estética que nada tiene que ver con lo feo, pero sí con lo siniestro: kiro-kawaii.
El fenómeno de lo kawaii empezó en Japón hace unos treinta años y se fue extendiendo al mundo. Su ícono más representativo es Kitty, que en 1975 apareció en una serie de carteras que tuvieron tanto éxito que Sanrio empezó a producir todo tipo de productos con la cara de la gata japonesa más famosa. Cinco años más tarde, la Kitty original -que vestía siempre la misma ropa v aparecía sentada con el cuerpo de perfil y la cara de frente-, sufrió un cambio radical: se tornó más suave, de aspecto aterciopelado y hasta empezó a tener la compañía de un oso que la abrazaba. A partir de entonces, el éxito fue rotundo.
La gran movida de comercialización de muñecos con esta estética gira en torno de tres cuestiones: calidad de diseño, nombre del artista y coleccionismo. Tokidoki, Devil Robot, Pete Fowler y Gary Baseman son solo algunos de sus creadores. Los entendidos los llaman vinyl toys. DGPH tiene su propio ejército de vinyl toys y, desde su visión, la fiebre del coleccionista se da porque estos muñecos se consideran piezas de arte accesibles para el público masivo. En la misma línea, Yoshimoto Nara aprueba el merchandising que se produce -y reproduce- sobre su obra porque sabe que así llega al público que jamás podría comprar una de sus obras. Y por último, Takashi Murakami hizo una relectura de la estética pop en clave kawaii utilizando la abundancia de colores, las formas orgánicas y los motivos alegres. Sin dudas lo kawaii y su antítesis, lo kiro kawaii, venden. Y, cuando lo dulce se torna un poco agobiante y pegajoso, lo siniestro aparece para sacar el empalague.