A pesar de la historia oscura que tiene este dicho popular perteneciente al ex ministro nazi Paul Joseph Goebbels, hoy me hago de él con un fin menos amargo; el señalar un “error” -a mi entender- en el colectivo popular que me acosa allí a donde voy: plazas, boliches, librerías, centros de estudio e increíblemente, en pleno levante. Y es que cuando se intenta hablar sobre adaptaciones de libros al cine o la televisión, siempre hay alguien que peca de gran intelectual al disparar la frase: “Siempre el libro es mejor que la película.”
Cuando hay un libro con el que comparar películas, obras de teatro o series de televisión, éstas son juzgadas con una mecánica fría y sin amor, impunemente. Basta de este ataque sin sentido contra adaptaciones que han sido, son y serán realmente brillantes, sin tener que ser la copia agónicamente milimétrica de su antecesor literario.
Véanlo así: hoy día gozamos, sin temor a equivocarme, la época de oro de las series de TV, donde la oferta es de una variedad y calidad más que interesante cuando nos damos de bruces con creaciones perfectas como Breaking Bad, honestas como True Detective, o cerebrales y con varios frentes a atacar como House of Cards o Game of Thrones. A modo de ejemplo, esta última es la que a pesar de su buen nivel como ficción y adaptación televisiva de una novela, cae igualmente presa del juicio gratuito al compararla de manera reaccionaria con la obra original del autor estadounidense George R.R. Martin.
Por lo general, no se entiende que es otro idioma el que se habla en una adaptación. Si bien el libro lleva la batuta del argumento original, las adaptaciones reclaman su análisis honesto y afín al medio en el que se mueven. Esto no quiere decir que no existan en este mundo las aberraciones ni los mamarrachos épicos. Películas como la “La historia sin fin II”, “El amor en los tiempos de cólera” o “Viaje al centro de la Tierra” (2008) son claros ejemplos de esto último. ¿Y qué hay de las obras que no tienen ningún pariente más muerto que vivo respirándole en la nuca? Éstas no admiten ninguna comparación, son buenas o malas por sí mismas. Y es cuando hablamos de ellas que volvemos a estar todos de acuerdo en el levante, en la plaza o el boliche, como en un empalagoso comercial de cerveza, riéndonos o repasando emociones con cara de feliz cumpleaños.
Emmanuelle no tenía estos problemas.